Mi familiar (o pareja) va a terapia. ¿Cómo lidiar con mis dudas y miedos sobre ello?

Cuando un familiar o nuestra pareja decide acudir a terapia y comenzar su trabajo de cambio, surgen mil dudas sobre el proceso en las personas que le rodean. ¿Perderé a esa persona? ¿Cómo me van a afectar sus cambios? ¿Cómo tengo que tratar el tema? ¿Cómo tengo que tratarle a él? ¿Qué le va a contar de mí?

Es más que razonable que todas estas cuestiones nos visiten y campen a sus anchas alimentando el miedo, la inquietud y la incertidumbre.

Hoy vamos a abordar cómo gestionar algunas de las dudas más frecuentes que surgen en las personas más cercanas al paciente.

1. No conozco a la persona con la que mi familiar/pareja pasa tanto tiempo.

Esto es típico. Acudir a terapia supone pasar horas con el psicoterapeuta. Y esto, a veces, da miedo. Pero siempre hay que tener claro que nosotros no ocupamos una posición de cercanía más allá de la técnica, no somos amigos, no construimos una intimidad que amenace ningún elemento en la vida personal del paciente. Estamos de paso. Y así debe ser.

2. ¿Me van a afectar sus cambios?

La idea principal es que todo lo bien que logre encontrarse la persona que recibe la intervención, repercuta positivamente en su ambiente directo y en el resto de áreas y personas de su vida. El equilibrio mental suele mantener más sujetas las reacciones impulsivas y crea estilos de manejo de situaciones y gestión de conflictos más elaborados. De esto nos beneficiamos todos.

3. ¿Hablará de mí?

Es muy habitual sentir miedo a cómo mi figura será descrita o representada en el trabajo psicológico de mi familiar. “Qué va a pensar de mí tu terapeuta si le cuentas eso”… No pasa nada, es normal, eso sí, para neutralizar ese miedo debemos tener siempre en cuenta que nosotros los profesioanles, no generamos opinión sobre los elementos externos a la terapia y solo estudiamos su participación en los procesos psicológicos de la persona.

Esto es importante en tanto que es el paciente el que llega a analizar sus vivencias y los participantes en ellas con toda la honestidad interna que logra alcanzar en el proceso. Y no hay que temer que esto conduzca a ningún cambio radical, si no entender que pase lo que pase, las conclusiones que construya la persona serán buenas para ella y para sanear las relaciones y corregir los errores que destilen toxicidad en su entorno.

4. Cómo tratar el tema.

Lo más importante llegados a este punto es preguntar a la persona cómo quiere gestionar el trato de su espacio. Hay quien se siente cómodo compartiendo lo que trabaja en consulta y hay quien prefiere reservar esas vivencias en intimidad. Ambas opciones son buenas, siempre y cuando sea la persona la que la escoja en función de su preferencia y en ningún caso bajo la presión del familiar o pareja.

Hay que tener en cuenta que el espacio terapéutico es un lugar en el que la persona comparte muchísimas intimidades, profundiza en partes de su yo desconocidas o poco transitadas, analiza su biografía y sus emociones…  y eso requiere mucho trabajo, esfuerzo y representa todo un ejercicio de superación de miedos y pudores. Puede que necesite proteger esa vivencia para seguir avanzando en ella antes de sentirse preparado para compartirla, y sin que eso signifique nada negativo o sospechoso para quienes le rodean.

5. ¿Puedo hablar con su psicólogo?

Sí. Ahora bien, siempre y cuando la persona (mayor de edad) dé su consentimiento, se sienta cómoda y ponga los límites de las intimidades que no quiere que compartas con su familiar. Lo que no está contemplado en ningún caso es buscar hablar con el profesional sin el permiso de la persona y querer acceder a datos diagnósticos o informaciones que comprometan la intimidad del paciente aunque sea con la mejor de las intenciones.

Nuestra responsabilidad de confidencialidad y protección de datos trasciende de lo moral a lo legal y es muy importante entender esto desde el principio y buscar la comunicación por el camino correcto.

6. Yo te digo lo mismo y a mí no me haces caso.

Resulta habitual que parte de los contenidos trabajados en consulta, ya hayan estado muchas veces presentes en conversaciones con nuestras personas cercanas. La cuestión está en otorgar a la terapia el lugar de profundidad y análisis que tiene más haya del plano conversacional.

Cuando hacemos un trabajo psicológico estamos usando las palabras como una de las herramientas del proceso, pero no solo estamos hablando, así que aunque haya puntos comunes y conclusiones paralelas a la lógica, la estructura de trabajo que lo rodea es ampliamente compleja y el espacio donde se crea suficientemente objetivo como para validar el pensamiento más allá de los afectos.

7. No estoy de acuerdo con algunas de las pautas del profesional.

Debemos tener en cuenta que las orientaciones que recibe el paciente están elaboradas para él, en función de lo trabajado en consulta, lo detectado en la evaluación y lo necesario para trabajar habilidades internas y restaurar imperfecciones comportamentales. Y aunque esos objetivos o pautas le puedan chirriar al familiar, siempre se construyen con un sentido, para trabajar unas dificultades y con un porqué positivo para la persona.

De nuevo, lo más importante aquí es que haya una comunicación que otorgue un sentido tranquilizador a esas modificaciones en la realidad vivencial de quien hace el cambio y quienes lo rodean.

8. Siento amenazada mi posición por la intimidad construida con el terapeuta.

A veces ocurre que la persona genera una alianza terapéutica que de no ser entendida desde la asepsis con la que se construye puede incomodar al familiar o pareja. Insistir en que realmente la relación paciente psicólogo tiene poco que ver con un vínculo convencional. Se centra únicamente en las vivencias del paciente y no persigue otro fin que la detección y el trabajo de las herramientas que neutralicen sus vulnerabilidades.

No hay un desplazamiento de ninguna posición porque familiares, parejas, amigos… se colocan en otra escala frente al terapeuta.

9. Mi propio proceso.

A veces, ver el proceso de evolución de la persona a la que queremos nos pone de manera indirecta frente a nuestras propias dudas, debilidades y ganas de mejorar. Esto puede resultar inquietante y generarnos emociones contradictorias y proyecciones negativas hacia el proceso hasta que detectamos lo que realmente estamos sintiendo y asumimos que a nosotros también puede apetecernos y venirnos bien.

Las decisiones no siempre se toman de manera lineal ni son fáciles, sobre todo cuando suponen enfrentarnos a nuestros miedos más profundos.

Alba Calleja. Psicóloga

635961102

albacallejapsicologa.com

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