Ya queda menos, sin embargo, lo particular de vivir estas raras semanas encerrados, nos sigue dejando aprendizajes muy curiosos sobre nuestro funcionamiento psicológico.
Hoy hablamos de la noción del tiempo y su variación al parecernos que a veces pasa especialmente lento, y en otras ocasiones demasiado rápido.
La mayor parte de las personas hemos sufrido durante estas semanas ciertas distorsiones en nuestra percepción del paso del tiempo, de tal forma que no saber qué hora era, en qué día vivimos y sentir que todos los días eran iguales, se convertían en la realidad cada vez más presente de la gente y esto tiene un por qué.
Sabemos que el cerebro funciona mejor si la realidad a la que está expuesto se estructura por bloques, rutinas, tiempo o espacios. Al perder aquel formato de actividades que normalmente creaba esta estructura en nuestras vidas, la percepción del tiempo se altera, dando lugar a esa desagradable sensación de caos.
La percepción del tiempo además, se relaciona sobre todo con las emociones que sentimos en cada momento, y que según nos hagan encontrarnos, modulan o cambian el cómo vivimos su paso.
Diríamos entonces, que las emociones positivas o placenteras siempre conectan con una sensación de tiempo pasando más veloz. De esta manera, ante aquellas situaciones en las que nos encontremos a gusto, cómodos y disfrutando, el tiempo se nos pasará más rápido, paradójicamente a lo que deseamos, que es, precisamente, que esos momentos se congelen, o duren para siempre.
Sin embargo, en momentos de dolor, malestar, aburrimiento, preocupación, incertidumbre o incluso enfermedad, como los vividos durante estas semanas, la percepción del paso del tiempo dará lugar a una lentitud en ocasiones desesperante.
Además, normalmente no siempre somos conscientes del paso del tiempo hasta que nos paramos a pensar en ello, en ese momento ejercemos una influencia sobre la sensación de su paso, como quien siente que una imagen se distorsiona al quedarse mirándola fijamente. Esto provocaba que sufriéramos de forma aún más intensa varios de los momentos vividos estos días.
Qué hacer entonces para modular la manera en la que percibimos los ritmos y el paso de los momentos ahora y en el futuro:
- LA IMPLICACIÓN:
La implicación de las personas en las tareas hace que nuestro nivel de concentración se focalice en la realización de lo que tengamos entre manos, minimizando la conciencia de enlentecimiento del tiempo y reduciendo por lo tanto la tortura de ver que no pasa al ritmo deseado.
Conviene entrenar por lo tanto nuestra capacidad de concentración e implicación en todo aquello que abordemos, y no vivirlo de paso y sin gana.
- LA CANTIDAD DE ACTIVIDADES:
El número de actividades también estructura la percepción del tiempo, de tal forma que ejercer control sobre lo que decidimos que esté presente o no en nuestras vidas, nos dará margen para influir y manejar nuestra manera de vivirlo.
No se trata tanto de bombardearnos de cosas como de escoger bien cada una y mantenerla presente en nuestros días.
- LOS AUTOMATISMOS:
Aprovechar la capacidad que tiene el cerebro de generar automatismos. Y esto es, robotizar las actividades que no nos gustan, minimizar la conciencia sobre ellas, hacer que pasen de la forma más automática e irreflexiva posible.
Esto mecaniza los tiempos y los hace parecer más rápidos. Sin embargo cuidado, porque este recurso puede llevarse por delante nuestra capacidad de disfrute si por descuido o inconsciencia, automatizamos también las partes buenas de nuestra vida…
- RELATIVIZAR:
Relativizar nuestros pensamientos. A veces nos toca cuestionarnos si lo que estamos pensando en cada momento es más emocional que racional y si estamos entrando en un bucle de reflexiones tan negativas como desgastantes.
Conviene abstraerse de la intensidad con la que vivimos estos bucles y recordar lo relativo del tiempo en nuestra percepción, lo temporal de los estados emocionales y las capacidades de ejercer control sobre nuestra psique que tenemos al alcance.
- VACACIONES:
Romper las rutinas de forma escogida. Al igual que sabemos que el groso de nuestra realidad conviene que esté sujeto a una estructura regular, romperla de vez en cuando evita que se vuelva rígida y de lugar a una sensación de previsibilidad limitante.
En este sentido, cobra especial relevancia la presencia de períodos vacacionales, viajes…que nos dan perspectiva e intermitencia con la rutina general y preestablecida en su justa medida.
Ahora nos toca aplicar esta máxima a los pequeños ratos que podemos pasar fuera, sintiéndolos casi como esas vacaciones a pequeña escala que tan bien nos vienen normalmente…
En conclusión, cada vez estamos más cerca de volver a poder ejercer de nuevo un mayor control sobre nuestra vida, y en este sentido y sabiendo lo que ahora sabemos, conviene empezar a jugar nosotros con el tiempo, y no dejar que vuelva a ser al revés y sea él el que juegue solo…