1. Nos hemos reconciliado con nuestra casa.
En la mayoría de casos, nuestros hogares han vivido toda una puesta a punto a lo largo de las semanas de confinamiento. Semanas en las que hemos limpiado, organizado y ordenado nuestros enseres y estancias hasta volver más armónico el espacio de nuestras viviendas en general.
Y esto cobra especial relevancia si tenemos en cuenta que nuestro cerebro siempre funciona mejor si los estímulos que le rodean se encuentran organizados, nos resultan conocidos y hay control sobre el porqué y la ubicación de los elementos que lo componen. Así nuestro estado mental interioriza esa armonía en un mecanismo “de fuera-adentro” que nos provoca bienestar y nos reconcilia con nuestro hogar en este caso.
El cerebro ha ido fortaleciendo el vínculo con nuestras cosas y eso siempre se traduce en sentirnos mejor y no siempre tener que buscar fuera de casa la fuente de nuestro bienestar.
2. Hemos cambiado el ritmo vital
Y ahora sabemos que hay algo más que vivir corriendo. La sostenibilidad del ritmo frenético que vivíamos hasta hace escasos 2 meses, se alimentaba más de la inercia que de la capacidad de decisión, de tal forma que ahora que hemos experimentado un ritmo de vida más enlentecido, hemos pasado a disfrutarlo y tomarlo como referencia de normalidad.
No nos apetece volver a replicar un estilo de rutina tan frenético y nos proponemos resistirnos a que esa inercia nos lleve.
3. No todo es trabajo.
Resulta que a través de esta forma tan curiosa de vivir que nos fue impuesta, hemos pasado a experimentar otra serie de vivencias que incluso han superado aquellas en las que antes poníamos todas nuestras expectativas a la hora de fortalecer el sentido de nuestras vidas.
Y vimos el valor real de un paseo, de una charla, de cuidarnos, de cocinar, de entrenar y rescatar paradójicamente nuestros cuerpos del sedentarismo en los tiempos de mayor quietud…
Y este aprendizaje, que nace de lo experiencial, sedimenta poderoso en nuestra psique, y sienta las bases de una manera de vivir más controlada y elegida que nos apetece diseñar, ahora sí con algo más de libertad.
4. Saneamiento en las relaciones humanas.
Durante esta época, nuestras relaciones con los otros han sufrido toda una metamorfosis tan interesante como determinante.
Se ha dado una recolocación y actualización en la jerarquía de personas importantes a las que hemos decidido dedicarles nuestro tiempo, una especie de limpieza, que marca diferencia con respecto a esos primeros días en los que la sobreactivación nos llevaba rescatar los contactos más olvivados de la agenda para hablar… Estamos saneando nuestras relaciones sociales y eso nos lleva a aprender a sentirnos solos y a no depender de las personas consumiéndolas a veces como estímulos de entretenimiento.
Ahora y en la mayoría de casos, invertimos nuestro mimo en la familia (la de sangre, la escogida o la que podemos tener con nosotros mismos), estamos valorando cada minuto vivido y proyectamos nuestros planes y el uso y disfrute de nuestro tiempo con los elegidos.
Era necesario, en los últimos tiempos antes del confinamiento, coleccionábamos momentos y más que disfrutarlos, los archivábamos enseguida en busca del siguiente estímulo. Dar valor al tiempo, a nuestra gente, y a nosotros, resulta clave a la hora de conseguir ese ansiado equilibrio interno siempre base de la calma y el bienestar psicológico.
5. Yo.
A consecuencia de todas estas cuestiones, y de haber logrado superar las muchas dificultades psicológicas que se erigieron verdaderos desafíos durante el confinamiento (oscilaciones anímicas, respuestas ansiosas, descontrol en las reacciones, conductas erráticas, miedo…), nuestro yo sale tremendamente reforzado.
La conciencia sobre nuestra capacidad de resiliencia, y de recuperación y adaptación ante las condiciones vividas, participa directamente en el incremento de un ego y autoconciencia fuertes, y nuestra sensación de capacidad también crece y se generaliza al sabernos hábiles a la hora de poder superar las posteriores dificultades que se nos planteen.
Además ahora conocemos mejor también lo que no podemos conseguir solos, y nos apetece mejorar y ponernos al día quizá a través de la terapia o de los recursos psicológicos a nuestro alcance que puedan hacernos evolucionar y pulir nuestras imperfecciones.
De esta forma, pararnos a repasar todo lo vivido, querer mejorar, darle el valor que le corresponde a los logros individuales que hayamos conseguido, identificar las dificultades superadas y las que no y darnos una palmadita en la espalda, se convierte en el mecanismo más justo e importante del que alimentarnos en la siguiente etapa.