En tiempos del coronavirus se sabe que no solo el covid-19 es extremadamente contagioso si no que las emociones humanas se pegan igual o incluso más.
La respuesta emocional en las personas tiene por lo tanto un origen igualmente relacionado con lo individual y el cómo cada persona vive los acontecimientos, como con lo social y la inspiración que recibe nuestro cerebro de las reacciones ajenas a la hora de despertar emociones.
Esto es fácil de identificar en situaciones más o menos normales, en las que siempre hay alguna emoción dominante que nos acompaña y que a menudo vivimos en común con el grupo de forma contagiosa: risas cuando estamos en espacios distendidos, alerta cuando vemos a alguien asustarse incluso antes de localizar el porqué de su reacción, tristeza ante los rostros apenados de otras personas…
Pero si hay una emoción contagiosa, y especialmente común para todos en un momento como el que estamos viviendo, es la del MIEDO.
Lo particular de la respuesta de miedo, es que es una emoción capaz de llevarnos a realizar conductas impredecibles, en ocasiones especialmente llamativas y a veces incluso aparentemente carentes de sentido, como lo es acumular rollos de papel higiénico haciendo cola en los supermercados. Sin embargo estas curiosas conductas están directamente relacionadas con mecanismos de comportamiento social muy poderosos.
- La necesidad de sentirnos seguros y la fuerza del “por si acaso”.
…” Ante las dudas con las que nos íbamos adentrando en la realidad del coronavirus, sentirnos preparados se convertía en la casi la única estrategia mental que calmaba nuestro vértigo de no saber y el miedo a lo que venía….”
Cuando nuestro cerebro evalúa situaciones cuyo parámetro de incertidumbre es alto, cualquier elemento que pueda minimizar esa desagradable sensación es bienvenido.
Alguno fue el primero que conectó la compra del papel higiénico con la sensación de seguridad por tenerlo acumulado en casa. Y el siguiente no tardó en verlo y reproducir la conducta casi de forma automática “por si acaso”. Y el siguiente. Y el siguiente…hasta que se veía a tantas personas comprándolo que, paralelamente al enfoque divertido y anecdótico con el que estudiábamos ese gesto, nacía en nosotros el germen mental que daría lugar a la idea de “no ser el único” que se quedara sin él.
Y “por si acaso”, comprábamos. La cantidad siempre tiene que ver con la especial sensibilidad que cada uno tiene a la necesidad de percibir control, que en algunos quedaba saciada con algunos rollos de más, y en otros, con decenas.
Ante las dudas con las que nos íbamos adentrando en la realidad del coronavirus, sentirnos preparados se convertía en la casi la única estrategia mental que calmaba nuestro vértigo de no saber y el miedo a lo que venía. Así, de forma compulsiva, algunos arramplaban con botes de orégano de las estanterías, solo por el placer inmediato de sentir el carro lleno, de sentirse simplemente más preparados y para evitar aceptar o enfrentarse a la verdadera impredecibilidad de los acontecimientos y la vulnerabilidad asociada a no tener el control.
Nunca el papel higiénico fue tan terapéutico, (o si) pero desde luego, nunca cobró tanta relevancia en el estado mental de las personas.
Además en lo que sí veníamos entrenando en los últimos años era en el mecanismo de neutralización de malestares a partir de las compras. Y esta herramienta, cada vez más utilizada, nos tiene acostumbrados a paliar nuestras incomodidades y problemas a través del placer inmediato obtenido al comprar, tener, acumular, adquirir…
Así pues, replicarlo en tiempos tan particulares como este solo era cuestión de tiempo. Quizá con papel higiénico, quizá con especias, pero siempre intentando dominar el yo desde herramientas no tan buenas como, desde luego, curiosas.
Alba Calleja. Psicóloga.
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