Uno de los grupos más afectados por la realidad vivida en los últimos meses, ha sido la población más envejecida, nuestros ancianos.
Las personas más mayores, han sido también las más vulnerables a lo ocurrido, sufriendo un fuerte impacto ya no solo a nivel de salud física si no también, e igual de importante, mental. Imágenes traumáticas, caos, incertidumbre y mucho miedo y cambios, han invadido las vidas de estas personas y ahora toca hacer un trabajo de restauración y protección para evitar que la grieta del daño siga creciendo.
El trabajo que se realice en el ámbito de la promoción de la salud física y psicológica de nuestros mayores, debe intentar restaurar parte del daño experimentado por estas personas. Se trata de aunar prácticas que fomenten la atención y los cuidados de todo lo relacionado con la salud física y el estado mental del anciano junto con la implementación de técnicas que persigan cambios cognitivos y conductuales beneficiosos y les ayuden a digerir lo ocurrido. Nos toca cuidarles.

Entender el envejecimiento como un proceso activo siempre ha sido la clave a la hora de desarrollar acciones dirigidas a las personas mayores. Pero lo ocurrido les ha relegado a un papel contrario. Se trata de restablecer un modelo de salud integral que mejore la vida de estas personas desde un enfoque de sujeto participativo en un proceso de vejez digno y saludable. Devolverles su lugar. Lo ocurrido deja un peligroso mensaje de incapacidad y debilidad dirigido a los ancianos. Es importante corregir la idea de que las personas mayores no pueden tener un papel activo y participativo en la sociedad. Simplemente y a nivel estructural no siempre cuentan con un contexto que les integre en la ecuación del sistema social.
Nuestro objetivo debe ser impulsar acciones para la mejora de la reintegración de las personas mayores a nivel de funcionamiento social, evitar el aislamiento, desligar las visitas al miedo, y mantener una comunicación a través del canal que sea. La soledad y la falta de afecto, han hecho mella en nuestros ancianos en los últimos meses.
También ha sido muy impactante el cambio vivido en sus hábitos y rutinas. Se sabe que las habilidades intelectuales del anciano y sus procesos psíquicos cambian en el proceso de vejez y quedan directamente influidas, en muchos casos, por el contexto que les rodea de forma más inmediata. Hablamos de espacios, rutinas, horarios, cuyos cambios radicales provocan daño en ellos. El caso es que devolviendo poco a poco a estas personas a una realidad lo más parecida posible a la vivida antes de todo lo ocurrido, nos aseguramos el rescate de una parte de aquellas habilidades mentales que hayan sufrido deterioro por el cambio, bloqueo por el miedo, y enlentecimiento por el trauma.
Trabajar ahora más que nunca en la percepción de la vejez como una etapa equilibrada, puede conseguirse si participamos activamente en restaurar el daño acumulado tras lo ocurrido.
La persona mayor con nuestra ayuda puede aprender a entender lo ocurrido, sentirse acompañado en su proceso de superación de la parte más traumática, y lograr adaptarse y reajustar las expectativas sobre su realidad en último término, para acoger el impacto y el cambio y mantener un equilibrio entre su autoconcepto y la valoración de su relación con el mundo.
En general se trata de cambiar los pesos en el balance afectivo que la persona mayor hace, sustituyendo las visiones negativas de aislamiento y miedo, por las optimistas o simplemente las pragmáticas para encontrar su lugar y reconocimiento tras lo acontecido. En definitiva se trata de empoderarle y darle un grado de control sobre su realidad que sea percibido y practicado de igual manera en la medida de lo posible.
En general, y más allá de lo vivido, ciertos aspectos siempre han sido y serán las claves de nuestros mayores:
La autoaceptación, cambiando los mitos interiorizados que el mayor posea sobre la realidad que vive, el fomento de las relaciones sociales afianzando la participación de las familias en el proceso y favoreciendo la calidad de las relaciones humanas que rodean al anciano y a las que es especialmente vulnerable, activar la autonomía de sus propios cuidados a través de su participación y conocimiento en todo momento del sentido de las prácticas que se están llevando a cabo, alimentar objetivos y proyectos para que la persona ambicione seguir adelante con nuevas ilusiones adaptadas a su medio, enseñarle maneras de ocio que hasta ahora no practicaba. Y ahora más que nunca es el momento de reconciliarnos con el envejecimiento.