La mayoría de las personas saben lo que deberían de hacer en su vida, y sin embargo, no siempre lo hacen. Las personas conocemos lo que es bueno para nosotros y eso no suele ser garantía de éxito. Los procesos decisionales no resultan tan simples y lógicos como parecen… Entender cómo funcionan nuestros mecanismos psicológicos cuando tomamos decisiones sobre nuestra conducta puede llevarnos a controlar mejor nuestros actos y ejercer más autoridad sobre lo que hacemos frente a los impulsos o al dejarse llevar.
LA AUTORREGULACIÓN.
Las explicaciones de carácter autorregulador, entienden que, en cada una de las etapas del desarrollo, los procesos psicológicos no serán los mismos y darán lugar también a diferentes objetivos. En cada momento de nuestra vida nos mueven cosas distintas. En cada fase vital entendemos que lograr diferentes objetivos será lo que nos regule psicoemocionalmente.
La puesta en marcha de una conducta dependerá por lo tanto y sobre todo, del momento en que nos encontremos y de los referentes de éxito con los que funcionemos. Así, la persona, consciente o inconscientemente, se marca el objetivo a conseguir y busca ejecutar una conducta que en ese punto le lleve a lograrlo. Lo que nuestro cerebro busca definir entonces es el cómo, cuándo y dónde. Y en cada sistema de pensamiento se negocian los límites tolerables por cada uno.
Según esto, el desarrollo de las conductas enfocadas a un fin puede desgranarse en la secuencia de una serie de fases: la fase predecisional, que será aquella en la que los sujetos elegimos y decidimos; la fase preejecutiva, en la que planificamos; la ejecutiva, aquella en la que llevamos a cabo la conducta en cuestión y por último la fase evaluativa que comprenderá la evaluación de los resultados obtenidos y el esfuerzo requerido para ello.
Lo más fascinante es que todo esto a veces ocurre en segundos…
La fase predecisional.
En la fase predecisional prevalece la parte motivacional y se establece y selecciona la meta a lograr que no será si no el fruto de las necesidades y motivaciones que el individuo desea cubrir. Aquí están las expectativas, los sueños, los ídolos, los referentes…
De entre las alternativas posibles, se valora mediante un proceso de ponderación, los beneficios que ofrece cada una, las posibilidades de alcanzar el objetivo final, el coste de tal comportamiento, los medios necesarios… Este ejercicio no se le da del todo bien a la psique de los soñadores…
Tras este análisis se seleccionará la conducta que brinde un balance más positivo.
Al final de esta fase nos encontramos pues, con la culminación del proceso de valoración en un objetivo que cubra los intereses del sujeto en un balance positivo de costes y beneficios.
La fase preejecutiva.
La fase preejecutiva es la fase más relevante en tanto que puede marcar la diferencia entre solo el planteamiento de una conducta y su ejecución. Uno de los grandes límites que nos encontramos en este punto del proceso, es el miedo. Otro es el autoconcepto que cada uno tenemos a la hora de creernos capaces o no de algo.
En este sentido, el papel clave lo juega la planificación de las características concretas que rodearán la conducta, cómo visualizo lo que tengo que hacer.
La fase ejecutiva.
La fase ejecutiva comprende la presencia y desarrollo de la actividad hasta que se alcanza la meta planteada en un principio. Aquí es donde entran los límites de cada uno, el hasta dónde estoy dispuesto a llegar y la difícil conciliación entre el compromiso, la implicación y la ética.
La fase evaluativa.
Al final, en la fase evaluativa, y una vez logrado el objetivo fijado al principio del proceso, se pone en marcha el mecanismo de valoración que nos permite analizar la eficacia del esfuerzo invertido frente a los resultados. Y esta es probablemente la fase más importante, aquella en la que el cerebro marca la referencia, sienta el precedente y a partir de la cual desarrollará siguientes procesos de comportamiento.
De echo este proceso valorativo, es la base sobre la que el sujeto se planteará sus objetivos futuros, pues según este planteamiento, uno incluye modificaciones de forma constante a través de los procesos valorativos, lo que hace que nunca regresemos al punto de partida si no que avancemos hacia objetivos más complejos o metas modificadas en función de los resultados anteriores.
Y así es como tomamos decisiones, a veces en segundos, sobre nuestro comportamiento, sobre nuestra vida. Algo tan simple como una decisión rutinaria puede esconder procesos tan complejos como estos, algo tan complejo como una gran decisión vital puede a veces ocurrir en un instante, y esto es lo que pasa por dentro, algo que no siempre elevamos al consciente, y que no siempre nos hace darnos cuenta de lo complejos que somos.
Alba Calleja. Psicóloga.
635.961.102
albacallejapsicologa.com