Seguro que en alguna ocasión has oído hablar de la depresión estacional, puede que simplemente aludiendo a la tendencia de encontrarnos más anímicamente vulnerables en según qué momentos del año y con el paso de las estaciones.
Sin embargo hay todo un entramado hormonal detrás de este fenómeno, y conviene conocer qué está pasando dentro de nosotros ante el alcance de esas molestas oscilaciones emocionales . Sobretodo ahora que llega el temido otoño.
Las hormonas y el ambiente psicosocial están en constante interacción y todo ello ejerce un papel concluyente en nuestras emociones, en nuestro estado de ánimo. Pero no todo el mundo es igual de sensible a estos cambios. De hecho, la hipersecreción de cortisol, puede reconocerse en las personas con tendencia a cuadros depresivos como uno de los rasgos más característicos.
El cortisol es una hormona, cuyos niveles en nuestro cuerpo, serán responsables de grandes cambios en cuanto al estado de ánimo y también en cuanto a las respuestas de estrés. Y resulta que las variaciones de cortisol se ven alteradas en las personas con tendencias depresivas, que no dejan de producirla durante el día y la hipersegregan según la estación del año en la que estemos.
Diríamos pues que a lo largo del día la segregación de esta hormona sufre marcadas fluctuaciones. De forma regular, la secreción es alta a lo largo de las primeras horas del día y baja durante la noche. Sin embargo las personas depresivas presentan una alta segregación de dicho glucocorticoide las 24 horas del día en cantidades elevadas e incluso durante la noche.
Estos pacientes por lo tanto, pierden el ritmo circadiano y sufren un marcado malestar durante la mañana, al no haberse dado la bajada nocturna que da intermitencia a la presencia de cortisol en el organismo. Esto perturba también los ciclos del sueño en ellos, un área especialmente dañina para estas personas en cuyo descanso tampoco encuentran reajuste.
De ahí la importancia de establecer pautas de intervención que expongan a la personas al cambio de esa segregación a partir de actividades y estímulos externos, que favorezcan la recuperación de ritmos y rutinas diseñadas que den al cuerpo un sentido de funcionamiento y no condenen a la persona a una inercia vivencial y química.
Cuando llegan las estaciones en las que el fotoperíodo es más corto, es decir, hay menos luz, el cuadro sintomatológico depresivo se agravan, al perderse parte del estímulo externo que marca fases en el día, y corrigen la segregación continua de cortisol.
De esta manera, los trastornos depresivos encuentran una asociación con las variaciones estacionales que provocan los brotes de este trastorno en su mayoría en otoño e invierno.
Así se relacionan así las perturbaciones estacionales con el desequilibrio circadiano que provocan las alternaciones en la secreción de cortisol protagonista en estos mecanismos.
Por lo tanto, y si ya sabemos lo que ocurre dentro de nuestro cuerpo, tenemos que ser muy hábiles a la hora de generar estrategias que atenúen ese efecto, jugando de fuera a dentro, con planes de intervención que amortigüen y redirijan lo que ocurre en nuestro organismo. En las mañanas del otoño e invierno, jugamos con desventaja, pero aún podemos poner resistencia y neutralizar esas tendencias que nos vienen marcadas recuperando la autoridad y control sobre nuestro plano anímico. Como siempre, somos química, pero no solo somos eso y estamos aquí para jugar.