El dolor, ¿positivo o negativo en la salud mental?

Es muy importante saber que nuestra relación con el dolor determina las bases de nuestra salud mental. En contra de lo que muchas veces nos dicen, conocer y tolerar el dolor es necesario para nuestro desarrollo psicológico completo. Sin embargo, es un tema complejo, pues soportar dolor en situaciones tóxicas es tan problemático como no poder tolerar ningún tipo de malestar.

Establecer un buen criterio para diferenciar el dolor sano del dolor insano, es seguramente lo más difícil de conseguir y la clave en esta cuestión. Hablaríamos de aprender a distinguir las situaciones que requieren aguante, esfuerzo, superación y tolerancia al dolor frente a las que requieren salida o interrupción inmediata. Aquellas en las que evolucionamos y aprendemos frente aquellas que nos bloquean y nos destruyen.

EL DOLOR SANO.

Es un hecho, poder soportar dolor es probablemente una de las herramientas que más garantizan la salud mental de una persona. En la actualidad, todos los mecanismos sociales, de ocio, y de estructura vital general, parecen haber sido creados para minimizar la sensación de dolor, evitar cualquier malestar rápidamente, distraer la angustia, sacarnos del plano del sufrimiento… Esto al final nos aleja de conocer una parte esencial de nuestra propia naturaleza. Nos vuelve débiles. No se trata de disfrutar del dolor, pero sí de aprender del mismo, de nosotros mismos padeciéndolo, de las capacidades de superación y desarrollo que solo surgen cuando nos encontramos mal.

Intentar tapar esta parte de nuestra esencia está trayéndonos el padecimiento de muchas patologías en cuya base está el intento desesperado por evitar sentir dolor. Las adicciones que buscan anestesiarlo, la psico-somatización que hace que salga a través del cuerpo por bloquearlo en la mente, los comportamientos impulsivos huyendo de él, la deformación en las relaciones humanas por volvernos tiranos, la ansiedad y frustración al no lograr un objetivo que no se puede conseguir y la depresión al agotarnos definitivamente en esa lucha contra la propia naturaleza humana (que para configurarse equilibrada necesita todas las versiones emocionales del yo).

Cuando intentamos evitar cualquier registro de dolor, enrarecemos nuestro mundo interno, descolocamos nuestra normalidad orgánica, alteramos funciones básicas como si intentáramos no respirar o no hacer pis en todo el día, y al final el dolor busca cómo encontrar otras salidas. Esto nos condena a la obviedad de una batalla perdida: dolor en forma de rabia, dolor en forma de enfermedad física, dolor en forma de maltrato, dolor en forma de impulsos… Trampas para no sentir.

El dolor sano educa al cerebro, lo equilibra y le permite crear un sistema de referencias y valores que no puede ser elaborado sin esta pieza clave. Nos enseña, nos ayuda a crecer. Lo necesitamos más de lo que creemos.

Evitarlo es seguramente el punto más determinante en el porqué del repunte de las adicciones (incluida a las compras) y la sobremedicación actual. Intentar anestesiar el malestar fomenta un tipo de funcionamiento psicológico muy problemático. El cerebro se vuelve intolerante a encontrarse mal, y por lo tanto adicto a los mecanismos de huida. Perdemos la resistencia, la capacidad de aguante y la posibilidad de una regulación interna. Esto nos vuelve impulsivos, descontrolados, ansiosos por escapar de un dolor que nos persigue porque está dentro de nosotros. Se crean sistemas de pensamiento débiles y se rompe la naturaleza de la experiencia vital humana. Todo un mundo de patologías psicológicas y físicas campan a sus anchas en este escenario. Una vida sin dolor no es normal.

EL DOLOR INSANO.

Sin embargo, hay ocasiones en las que el dolor soportado y mantenido en el tiempo es problemático, nos bloquea y nos impide salir de situaciones que nos dañan poderosamente. Son esas mismas vivencias las que nos hacen perder la esperanza de poder tener algo mejor y nos relegan al aguante como única manera de sobrevivir. Aquí no hay aprendizaje, ni creación de herramientas, ni crecimiento de ningún tipo. Solo desolación y destrucción del yo.

Hablamos de relaciones sentimentales tóxicas en las que a veces quedamos anclados, trabajos en los que el dolor y el maltrato es una realidad diaria, dinámicas familiares que por torpeza dañan a todos los miembros, hábitos autodestructivos que nos dañan a diario… Esa es la versión insana del dolor. Y la diferencia es clave, este tipo de dolor no nos enseña nada sobre nosotros mismos, no nos hace crecer, evolucionar o desarrollar estrategias de autogestión. Este dolor solo nos paraliza, nos rompe la autoestima, nos hace sentirnos incapaces de cambiar nuestra realidad, nos mata poco a poco.

Cuando el dolor no tiene un valor funcional o de crecimiento en algún sentido, es hora de parar la situación o el contexto que lo provoca y no conformarnos con una vida que nos hace olvidar los baremos de la normalidad y el bienestar.

Ahora bien, probablemente salir de un escenario de este tipo sea una de las hazañas psicológicas más difíciles que podemos pedirle a nuestro cerebro, porque la vivencia de esto precisamente destruye nuestra creencia de poder superarlo, no podemos hacerlo solos y necesitamos ayuda. Un profesional que nos oriente y nos acompañe hacia el cambio, que investigue en nuestro sistema mental y nos recuerde una vez que los conozca, los puntos de capacidad y poder sobre los que construir nuestra salida.

El dolor…el dolor…como siempre y como todo lo demás…en su justa medida.

Alba Calleja. Psicóloga

635961102

albacallejapsicologa.com

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